24/1/11

MARIPOSAS ERRANTES


  
Las mariposas multicolores y frágiles revoloteaban en torno a las flores silvestres, mimetizando sus alas en los pétalos nuevos, yendo y viniendo fugazmente de uno a otro alternando los colores y produciendo un arco iris de vida.
Abejas, moscardones, libélulas, larvas y las nueve mil doscientas cincuenta  especies de insectos viven en plena armonía y en perfecto equilibrio en aquel jardín que las naturaleza les ha entregado para que reinen allí y mezclen sus formas y colores con las formas y colores de los arbustos.las hojas, las flores y las enredaderas.

El sonido eterno y persistente del agua que viene de más allá de la quebrada, es el único sonido que deleita los sensores de las pequeñas criaturas.
El agua escurre cristalina por entre los desniveles que entrega un paisaje florido.
El tono verde se transforma en rosa y el rosa en oro y el oro en un brumoso violeta. Entre los pequeños arbustos el zumbido de un picaflor y el aletear de las mariposas que salpican de flor en flor.




A lo lejos, más allá del agua cristalina, donde se desvanece el gorjeo del ave, donde se disipa el verde de mil tonos, donde el manto de multicolores pequeños vegetales bailotean con el ritmo de la brisa. Más allá del camino húmedo, donde el cielo pierde lentamente su fulgor celeste, donde el sol se oculta, más allá del campo, donde la paz de la creación se interrumpe violentamente con el estrépido de motores en marcha, donde cientos de industrias se reparten en pequeños trechos y se produce el inconfundible sonido de una ciudad activada. 
Allí, entre chirridos, voces, sonidos, motores y armas: tienen los hombres su guarida.
Y cada día el hombre levanta sus construcciones de violencias, avaricias, orgullos y falsedades, despertando en este afán cada día para crear sofisticadas formas de dominio y de poder que no serán percibidas por el resto, porque el fin último de los hombres, es imponer sus criterios y sus propios parámetros de lo bueno y de lo malo y eliminar a quien sostenga lo contrario.
Por eso, la guarida de los hombres está recubierta de bondad, de justicia, de verdad, de coherencia y de valores solidarios.
Y los demás seres del planeta observan todo esto.
Y el hombre tiene un arma que el mismo creó y que puede destruirlo todo. Lo hará sutilmente, sin violencias, sin ruidos, sin confrontaciones bélicas, pues esto y aquello ya fueron superados por el ritmo de la perfección que el hombre ha alcanzado en una nueva tecnología de la violencia y el exterminio.
El hombre ha volcado su mirada al campo de la ingeniería química.
Y desde allí, sin violencia confrontacional, más bien de forma pacífica, fría e hipócrita puede destruir al otro de una forma letal y definitiva.
El hombre ha encontrado en las partículas invisibles de la vida la esencia de la destrucción, pues desde donde el género humano fue generado, justamente desde allí, puede ser aniquilado.
Por esto, la investigación científica transformó el poder y la muerte en una ecuación química.


Era el mismo momento, la misma hora y el mismo cielo, era la misma órbita del planeta, el mismo reloj y los mismos segundos.
Millones de mariposas, de todas las especies revoloteaban meciendo dulcemente las millones de flores. Las mariposas están constantemente cada una hora y venticinco minutos, libando y libando del néctar de millones de óvulos que ha creado la vida en el lugar más íntimo de cada flor y es por esto que sus colores superan la fantasía y la lógica del prisma.


En la inmensa guarida del hombre, protegida por las estructuras del cemento y del concreto, el hombre había creado su propia guerra. 
So pretexto de proteger la seguridad y como estandarte de la libertad el hombre justificó la guerra en los miles de medios informativos del planeta a tal punto que el mundo quedó rendido ante sus héroes.
Desde la guarida en un lugar de la tierra, la bitácora de la destrucciòn estaba escrita, pero los inocentes no la percibían. Destrozar la creación de millones de años suponía no racionalizar mucho.
No había necesidad de armas convencionales ni estereotipos de guerra, ahora bastaba pulsar una pequeña pantalla que activa los miles de microcircuitos y la destrucción está encadenada. Para tal efecto, sólo se precisa el índice y un pulsador sensible al tacto, es la esencia del progreso y permite, como en las civilizaciones antiguas tener la vida o la muerte en uno de los dedos de la mano.


Aquel día de agosto, entre paneles electrónicos, tarjetas y programadores, el hombre no hizo más discursos, ni parlamentó sobre la paz, no hubo más declaraciones y nadie habló sobre el futuro.


De las cuarenta y cuatro mil , cuatrocientas catorce válvulas establecidas en todas las áreas pobladas del planeta, una nube imperceptible de partículas bacteriológicas y gases tóxicos, en apariencia inofensivos, cubrió la capa más cercana a la atmósfera.
En forma instantánea, cayeron desde su vuelo las palomas, desde sus nidos los polluelos, desde el tendido eléctrico las golondrinas y todas sus pequeñas crías. Los saltamontes cubrieron de verde los sembrados y toda la vida pequeña, toda especie, toda familia, todo núcleo y poblaciones fueron reducidos a un exterminio letal.
En la selva cayeron los feroces animales, en el campo se desplomaron los animales domésticos y toda flor y toda hierba y todo pez y toda bacteria.
En el mes de agosto, las partículas de gas avanzaron y el planeta quedó sin vida. 
Las calles, los caminos, los callejones, las avenidas, los enormes edificios y torres fueron testigos mudos de la gran proeza de la ciencia. No hubo vencidos ni vencedores, no hubo registro de culpables e inocentes y la televisión no pudo informar de los detalles de la guerra. Simplemente en el planeta se extinguió toda forma de vida. 


En ese mes de agosto sólo pudieron sobrevivir las mariposas.

Las mariposas fueron inmunes al cultivo de bacterias y a la radiación de los gases. no les afectó el gas letal que se esparcía en la atmósfera y en la superficie del planeta. Las mariposas sobrevivieron y esparcieron sus pequeños vuelos multicolores.
Ellas bebieron en su continua libación del néctar y la esencia de la flores. Y el néctar y la esencia de las flores en la intimidad de su naturaleza contiene el néctar y la esencia de la vida, de tal manera que mientras pudieran beber de la esencia de la flor, cualquier mariposa pequeña o grande podría permanecer con vida.
Desde los milenios de la humanidad y por eones de tiempo, las mariposas y sus pequeñas larvas han libado de la esencia de la flores y han esparcido la vida en los parajes del planeta.
Mientras los millones de seres del planeta se disputaban el residuo de la fotosíntesis, las mariposas que fueron creadas para la vida, absorbían el néctar el aroma y el perfume de las treinta y seis mil trescientas cincuenta y cuatro especies de  flores de la tierra.
Una sustancia siempre rechazada por los seres del planeta por su poca consistencia, por la escasa presencia de nutrientes y por su despreciada efectividad.


Así fue que en el mes de agosto, tan sólo las mariposas y sus pequeñas larvas prevalecieron y pudieron superar la terrible prueba de la destrucción.


La superficie quedó inerte y a pesar de que las chinitas también se matuvieron en pie, finalmente cayeron desvaneciéndose como átomos en pequeñas piedrecitas y arenas de colores.


Sin embargo, las mariposas habrían de enfrentarse a un gran problema.
Por milenios ellas habían llevado una vida sencilla y calma sin complicaciones. Ahora confrontaban esto con una nueva situación.
El problema de las mariposas fue que las flores se marchitaban. Era lógico, las flores tienen la extraordinaria potencia de la vida, bastaba observar sus pistilos transparentes, sus cálices y sus estambres, pero la enorme radiación, la contaminación absoluta de los tóxicos en la atmósfera y en el agua, no permitían la subsistencia de sus pétalos y cuando ello ocurre, las flores de marchitan y se inclinan saludando el llamado de la tierra.


Las flores, sus estambres, sus pétalos y filamentos fueron consumidos por las tinieblas y por la enorme nube de radiaciones tóxicas y bacteriológicas, conformaron junto a los arbustos, a los árboles y a todo vegetal , el desolador paisaje de la muerte.






Las mariposas revolotearon entre las sombras del día gris y decidieron emprender el vuelo, como los demás habitantes de nuestro planeta actuaban como un conjunto, atraídas por su propia especie y con un espíritu grupal.
Ellas necesitaban de la flores y de los colores para la vida, necesitan del polen que es el esencia de la vida para su vuelo y su permanencia.
Era una cantidad inmensa de mariposas venidas de todos los lugares de la tierra, pequeñas y grandes, rojas, amarillas, blancas, mariposas fuertes y débiles, el espectáculo de mil colores en movimiento que cubrieron el cielo oscuro y tenebroso. Un éxodo de color y movimiento.
Las mariposas, las pequeñas larvas y crisálidas dejaron como especie el planeta, al inicio de septiembre y buscaron en el universo, en la gran galaxia
un sitio que pudiera ser apto para ellas. Las mariposas las pequeñas larvas y crisálidas no sabían de otro lugar para la vida pues por eones de tiempo vivieron y disfrutaron su propio cerco, sin saber que eran insectos cósmicos.




Más allá de la atmósfera, en un vuelo lento y continuo, aquellas mariposas errantes encontraron una paz y una soledad diferente. Un silencio eterno y profundo que les permite escuchar su propio vuelo y el roce del aleteo de sus alas.
En las inmensidades del cosmos, nunca se vió algo similar, era el sítoma evidente que algo había ocurrido en aquel lejano planeta azul
Y desde la grandeza de la creación, las mariposas grandes y pequeñas , observaron la tierra, como un sólo ser, pues así actúan las especies más pequeñas, sintieron la nostalgia por su habitat, meditaron sobre su vuelo y anhelaron el néctar de las flores , la esencia de la vida.
No comprendían por que unas criaturas inmensamente más racionales habían destruído ese mundo.


Finalmente, luego de largas y fatigosas jornadas, aquella caravana multicolor divisó un planeta, desconocido y oculto para los hombres , que les pareció apropiado y decidieron establecerse definitivamente allí.
Era un lugar solitario, pequeño y florido hasta donde llegaba la luz de la estrella, el cielo se veía límpido y transparente, la luz partía los colores y acentuaba mágicamente  el brillo y la tonalidad de cada elemento.
Las mariposas entonces, aceleraron su vuelo, recobraron el vigor y el aroma de la vida el color de nuevas flores les alentó a volar y volar.
Por fin al mediodía de ese pequeño planeta, tomaron posesión de su soledad.
Aquel planeta era pequeñísimo, el día y la noche se reducía a unas pocas horas.
El problema que tenían las mariposas en aquel lugar, era con respecto al vuelo, les era imposible mantener el vuelo. La gravedad era muy escasa para seres tan frágiles, esto producía una flotación constante y sus alas se desvanecían como plumas al viento sin control y sin distancia.
Para cada una de ellas bastaba un débil impulso y perdían el control absoluto de sus alas y su dirección.
No era algo tan simple para ellas.
Por milenios y de generación en generación habían perfeccionado el arte de batir las alas plástica y armónicamente adquiriendo la velocidad en pequeñas curvas de altura.
Las mariposas ya no emprendieron más el vuelo. Se estacionaron sobre una flor y recorrieron sus partículas hasta devorarla por completo.
Su vida se convirtió en sedentaria y pasiva.
Aunque el paisaje era apto y diseñado en apariencia para la coexistencia de insectos, larvas, aves y todas las pequeñas criaturas, aunque parecía disponer de los sonidos que sólo criaturas pequeñas pueden oir, las mariposas y sus pequeñas larvas, no tardaron en comprender que una forma distinta de morir les esperaba inevitablemente, y al morir todas ellas, la esencia de la vida de la cual son portadoras tendría que desaparecer del universo.
Decidieron emigrar de allí.


Fue un éxodo fatigoso, pues muchas de ellas definitivamente no pudieron equilibrar sus alas.
El gran problema que ahora acompañaba su cancino vuelo era la frustración.
Millones de pequeñas mariposas deambulando sin sentido en la inmensidad y en la soledad del cosmos, en la búsqueda del secreto que sólo ellas conocen.
Esta era la desazón, la lucha por una subsistencia casi imposible.


Las mariposas y sus pequeñas larvas y crisálidas, iniciaron su viaje buscando un mundo nuevo. Volaron y volaron, jornada tras jornada, sin pasado sin futuro. sin rumbo, pues tal es la vida más allá de nuestra luna, sin reposo.
Finalmente agotadas, extenuadas por un aleteo incesante, una a una, primero las mayores, y luego las más pequeñas fueron perdiendo su aliento de vida y desaparecieron para siempre como pequeñas estrellas fugaces en el espacio.

La única posibilidad de preservar la vida se había extinguido





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