24/1/11

MARIPOSAS ERRANTES


  
Las mariposas multicolores y frágiles revoloteaban en torno a las flores silvestres, mimetizando sus alas en los pétalos nuevos, yendo y viniendo fugazmente de uno a otro alternando los colores y produciendo un arco iris de vida.
Abejas, moscardones, libélulas, larvas y las nueve mil doscientas cincuenta  especies de insectos viven en plena armonía y en perfecto equilibrio en aquel jardín que las naturaleza les ha entregado para que reinen allí y mezclen sus formas y colores con las formas y colores de los arbustos.las hojas, las flores y las enredaderas.

El sonido eterno y persistente del agua que viene de más allá de la quebrada, es el único sonido que deleita los sensores de las pequeñas criaturas.
El agua escurre cristalina por entre los desniveles que entrega un paisaje florido.
El tono verde se transforma en rosa y el rosa en oro y el oro en un brumoso violeta. Entre los pequeños arbustos el zumbido de un picaflor y el aletear de las mariposas que salpican de flor en flor.




A lo lejos, más allá del agua cristalina, donde se desvanece el gorjeo del ave, donde se disipa el verde de mil tonos, donde el manto de multicolores pequeños vegetales bailotean con el ritmo de la brisa. Más allá del camino húmedo, donde el cielo pierde lentamente su fulgor celeste, donde el sol se oculta, más allá del campo, donde la paz de la creación se interrumpe violentamente con el estrépido de motores en marcha, donde cientos de industrias se reparten en pequeños trechos y se produce el inconfundible sonido de una ciudad activada. 
Allí, entre chirridos, voces, sonidos, motores y armas: tienen los hombres su guarida.
Y cada día el hombre levanta sus construcciones de violencias, avaricias, orgullos y falsedades, despertando en este afán cada día para crear sofisticadas formas de dominio y de poder que no serán percibidas por el resto, porque el fin último de los hombres, es imponer sus criterios y sus propios parámetros de lo bueno y de lo malo y eliminar a quien sostenga lo contrario.
Por eso, la guarida de los hombres está recubierta de bondad, de justicia, de verdad, de coherencia y de valores solidarios.
Y los demás seres del planeta observan todo esto.
Y el hombre tiene un arma que el mismo creó y que puede destruirlo todo. Lo hará sutilmente, sin violencias, sin ruidos, sin confrontaciones bélicas, pues esto y aquello ya fueron superados por el ritmo de la perfección que el hombre ha alcanzado en una nueva tecnología de la violencia y el exterminio.
El hombre ha volcado su mirada al campo de la ingeniería química.
Y desde allí, sin violencia confrontacional, más bien de forma pacífica, fría e hipócrita puede destruir al otro de una forma letal y definitiva.
El hombre ha encontrado en las partículas invisibles de la vida la esencia de la destrucción, pues desde donde el género humano fue generado, justamente desde allí, puede ser aniquilado.
Por esto, la investigación científica transformó el poder y la muerte en una ecuación química.


Era el mismo momento, la misma hora y el mismo cielo, era la misma órbita del planeta, el mismo reloj y los mismos segundos.
Millones de mariposas, de todas las especies revoloteaban meciendo dulcemente las millones de flores. Las mariposas están constantemente cada una hora y venticinco minutos, libando y libando del néctar de millones de óvulos que ha creado la vida en el lugar más íntimo de cada flor y es por esto que sus colores superan la fantasía y la lógica del prisma.


En la inmensa guarida del hombre, protegida por las estructuras del cemento y del concreto, el hombre había creado su propia guerra. 
So pretexto de proteger la seguridad y como estandarte de la libertad el hombre justificó la guerra en los miles de medios informativos del planeta a tal punto que el mundo quedó rendido ante sus héroes.
Desde la guarida en un lugar de la tierra, la bitácora de la destrucciòn estaba escrita, pero los inocentes no la percibían. Destrozar la creación de millones de años suponía no racionalizar mucho.
No había necesidad de armas convencionales ni estereotipos de guerra, ahora bastaba pulsar una pequeña pantalla que activa los miles de microcircuitos y la destrucción está encadenada. Para tal efecto, sólo se precisa el índice y un pulsador sensible al tacto, es la esencia del progreso y permite, como en las civilizaciones antiguas tener la vida o la muerte en uno de los dedos de la mano.


Aquel día de agosto, entre paneles electrónicos, tarjetas y programadores, el hombre no hizo más discursos, ni parlamentó sobre la paz, no hubo más declaraciones y nadie habló sobre el futuro.


De las cuarenta y cuatro mil , cuatrocientas catorce válvulas establecidas en todas las áreas pobladas del planeta, una nube imperceptible de partículas bacteriológicas y gases tóxicos, en apariencia inofensivos, cubrió la capa más cercana a la atmósfera.
En forma instantánea, cayeron desde su vuelo las palomas, desde sus nidos los polluelos, desde el tendido eléctrico las golondrinas y todas sus pequeñas crías. Los saltamontes cubrieron de verde los sembrados y toda la vida pequeña, toda especie, toda familia, todo núcleo y poblaciones fueron reducidos a un exterminio letal.
En la selva cayeron los feroces animales, en el campo se desplomaron los animales domésticos y toda flor y toda hierba y todo pez y toda bacteria.
En el mes de agosto, las partículas de gas avanzaron y el planeta quedó sin vida. 
Las calles, los caminos, los callejones, las avenidas, los enormes edificios y torres fueron testigos mudos de la gran proeza de la ciencia. No hubo vencidos ni vencedores, no hubo registro de culpables e inocentes y la televisión no pudo informar de los detalles de la guerra. Simplemente en el planeta se extinguió toda forma de vida. 


En ese mes de agosto sólo pudieron sobrevivir las mariposas.

Las mariposas fueron inmunes al cultivo de bacterias y a la radiación de los gases. no les afectó el gas letal que se esparcía en la atmósfera y en la superficie del planeta. Las mariposas sobrevivieron y esparcieron sus pequeños vuelos multicolores.
Ellas bebieron en su continua libación del néctar y la esencia de la flores. Y el néctar y la esencia de las flores en la intimidad de su naturaleza contiene el néctar y la esencia de la vida, de tal manera que mientras pudieran beber de la esencia de la flor, cualquier mariposa pequeña o grande podría permanecer con vida.
Desde los milenios de la humanidad y por eones de tiempo, las mariposas y sus pequeñas larvas han libado de la esencia de la flores y han esparcido la vida en los parajes del planeta.
Mientras los millones de seres del planeta se disputaban el residuo de la fotosíntesis, las mariposas que fueron creadas para la vida, absorbían el néctar el aroma y el perfume de las treinta y seis mil trescientas cincuenta y cuatro especies de  flores de la tierra.
Una sustancia siempre rechazada por los seres del planeta por su poca consistencia, por la escasa presencia de nutrientes y por su despreciada efectividad.


Así fue que en el mes de agosto, tan sólo las mariposas y sus pequeñas larvas prevalecieron y pudieron superar la terrible prueba de la destrucción.


La superficie quedó inerte y a pesar de que las chinitas también se matuvieron en pie, finalmente cayeron desvaneciéndose como átomos en pequeñas piedrecitas y arenas de colores.


Sin embargo, las mariposas habrían de enfrentarse a un gran problema.
Por milenios ellas habían llevado una vida sencilla y calma sin complicaciones. Ahora confrontaban esto con una nueva situación.
El problema de las mariposas fue que las flores se marchitaban. Era lógico, las flores tienen la extraordinaria potencia de la vida, bastaba observar sus pistilos transparentes, sus cálices y sus estambres, pero la enorme radiación, la contaminación absoluta de los tóxicos en la atmósfera y en el agua, no permitían la subsistencia de sus pétalos y cuando ello ocurre, las flores de marchitan y se inclinan saludando el llamado de la tierra.


Las flores, sus estambres, sus pétalos y filamentos fueron consumidos por las tinieblas y por la enorme nube de radiaciones tóxicas y bacteriológicas, conformaron junto a los arbustos, a los árboles y a todo vegetal , el desolador paisaje de la muerte.






Las mariposas revolotearon entre las sombras del día gris y decidieron emprender el vuelo, como los demás habitantes de nuestro planeta actuaban como un conjunto, atraídas por su propia especie y con un espíritu grupal.
Ellas necesitaban de la flores y de los colores para la vida, necesitan del polen que es el esencia de la vida para su vuelo y su permanencia.
Era una cantidad inmensa de mariposas venidas de todos los lugares de la tierra, pequeñas y grandes, rojas, amarillas, blancas, mariposas fuertes y débiles, el espectáculo de mil colores en movimiento que cubrieron el cielo oscuro y tenebroso. Un éxodo de color y movimiento.
Las mariposas, las pequeñas larvas y crisálidas dejaron como especie el planeta, al inicio de septiembre y buscaron en el universo, en la gran galaxia
un sitio que pudiera ser apto para ellas. Las mariposas las pequeñas larvas y crisálidas no sabían de otro lugar para la vida pues por eones de tiempo vivieron y disfrutaron su propio cerco, sin saber que eran insectos cósmicos.




Más allá de la atmósfera, en un vuelo lento y continuo, aquellas mariposas errantes encontraron una paz y una soledad diferente. Un silencio eterno y profundo que les permite escuchar su propio vuelo y el roce del aleteo de sus alas.
En las inmensidades del cosmos, nunca se vió algo similar, era el sítoma evidente que algo había ocurrido en aquel lejano planeta azul
Y desde la grandeza de la creación, las mariposas grandes y pequeñas , observaron la tierra, como un sólo ser, pues así actúan las especies más pequeñas, sintieron la nostalgia por su habitat, meditaron sobre su vuelo y anhelaron el néctar de las flores , la esencia de la vida.
No comprendían por que unas criaturas inmensamente más racionales habían destruído ese mundo.


Finalmente, luego de largas y fatigosas jornadas, aquella caravana multicolor divisó un planeta, desconocido y oculto para los hombres , que les pareció apropiado y decidieron establecerse definitivamente allí.
Era un lugar solitario, pequeño y florido hasta donde llegaba la luz de la estrella, el cielo se veía límpido y transparente, la luz partía los colores y acentuaba mágicamente  el brillo y la tonalidad de cada elemento.
Las mariposas entonces, aceleraron su vuelo, recobraron el vigor y el aroma de la vida el color de nuevas flores les alentó a volar y volar.
Por fin al mediodía de ese pequeño planeta, tomaron posesión de su soledad.
Aquel planeta era pequeñísimo, el día y la noche se reducía a unas pocas horas.
El problema que tenían las mariposas en aquel lugar, era con respecto al vuelo, les era imposible mantener el vuelo. La gravedad era muy escasa para seres tan frágiles, esto producía una flotación constante y sus alas se desvanecían como plumas al viento sin control y sin distancia.
Para cada una de ellas bastaba un débil impulso y perdían el control absoluto de sus alas y su dirección.
No era algo tan simple para ellas.
Por milenios y de generación en generación habían perfeccionado el arte de batir las alas plástica y armónicamente adquiriendo la velocidad en pequeñas curvas de altura.
Las mariposas ya no emprendieron más el vuelo. Se estacionaron sobre una flor y recorrieron sus partículas hasta devorarla por completo.
Su vida se convirtió en sedentaria y pasiva.
Aunque el paisaje era apto y diseñado en apariencia para la coexistencia de insectos, larvas, aves y todas las pequeñas criaturas, aunque parecía disponer de los sonidos que sólo criaturas pequeñas pueden oir, las mariposas y sus pequeñas larvas, no tardaron en comprender que una forma distinta de morir les esperaba inevitablemente, y al morir todas ellas, la esencia de la vida de la cual son portadoras tendría que desaparecer del universo.
Decidieron emigrar de allí.


Fue un éxodo fatigoso, pues muchas de ellas definitivamente no pudieron equilibrar sus alas.
El gran problema que ahora acompañaba su cancino vuelo era la frustración.
Millones de pequeñas mariposas deambulando sin sentido en la inmensidad y en la soledad del cosmos, en la búsqueda del secreto que sólo ellas conocen.
Esta era la desazón, la lucha por una subsistencia casi imposible.


Las mariposas y sus pequeñas larvas y crisálidas, iniciaron su viaje buscando un mundo nuevo. Volaron y volaron, jornada tras jornada, sin pasado sin futuro. sin rumbo, pues tal es la vida más allá de nuestra luna, sin reposo.
Finalmente agotadas, extenuadas por un aleteo incesante, una a una, primero las mayores, y luego las más pequeñas fueron perdiendo su aliento de vida y desaparecieron para siempre como pequeñas estrellas fugaces en el espacio.

La única posibilidad de preservar la vida se había extinguido





20/1/11

EL CORO DOMINICAL

 
Sentado en el último rincón del coro dominical, Andrés rasgueaba la guitarra y cantaba con fuerzas los salmos y cánticos durante la Misa del Domingo.
Era un joven delgado y menudo, de tez pálida que evidenciaba su debilidad física y cuyo rostro denotaba lo vulnerabilidad de su salud.

Generalmente el coro, los músicos y salmistas se reunían los días viernes en uno de los salones del templo. Durante la preparación para la Misa, se designaban los cantos y se disponía del repertorio. La Misa se iniciaba a las nueve de la mañana.
Andrés había ingresado a ese grupo coral cuando cumplía los dieciocho años, desde entonces había visto como muchos jóvenes ingresaban y se retiraban conforme a las expectativas que cada uno se generaba.
Durante su permanencia vio llegar a grandes músicos. Eximios guitarristas o violinistas, tenores, sopranos y toda la gama de personajes que deambulan por las Iglesias, en las festividades, en las celebraciones y en la Misa Dominical.
Al inicio de su adolescencia alguien le había regalado una guitarra con la que practicaba largas horas para finalmente disponer de algunas melodías que interpretaba en público.
Siempre se dio cuenta de las limitaciones que tenía producto de no haber estudiado música y de no contar con las facilidades auditivas. Sus avances eran muy lentos y de mucha dificultad para la participación en las festividades litúrgicas. Definitivamente nadie educó su oído, nunca fue estimulado en el conocimiento de la música y cuando quiso hacerlo, parecía ser  ya demasiado tarde.
Cada vez que había que preparar un canto, Andrés precisaba de mucho tiempo.
Pasaba horas con su instrumento tratando de descubrir como se generaban los compases, en que consistía esa cuadratura y por qué era éste y no aquel acorde.
Tenía problemas de afinación y difícilmente captaba las tonalidades.
Lo que siempre sucedía era que el director del coro, entregaba indicaciones generales; no ocurrió que se detuviera a tratar el caso de Andrés en forma específica.
Lo que Andrés anhelaba era poder participar del coro y de las ejecuciones en armonía con los demás, le preocupaba desafinar, desentonar o descuadrarse en plena presentación.

Su experiencia de varios años siempre estuvo limitada, amén de que el ingreso de músicos de probada calidad le impedía ser designado como solista frente a la asamblea. Las exigencias del coro pasaron a un nivel superior.
El grupo incluía cuerdas, vientos y percusión, el coro lo componían tres voces lo que se transformaba en una secreta frustración porque experimentaba la certeza de que no estaría en la primera línea del coro dominical.
Estaba relegado al último rincón y allí su música pasaba casi inadvertida, al menos para el sonido de la asamblea.
Cuando por una razón muy especial, el músico principal no asistió a la liturgia, Andrés tuvo la posibilidad de tener un rol protagónico, no obstante la pasión y la entrega que eso suponía de su parte, la evidencia de sus limitaciones sólo acentúo la apreciación cruel de sus compañeros, porque la música tiene su métrica y era algo que él no podía descubrir.

Las mañanas de los días domingos, por lo general, el templo estaba repleto, cada parte de la Misa incorporaba melodías y los fieles tímidamente alzaban sus voces.
Los integrantes del coro se ubicaban en el sector derecho del altar mayor junto a las columnas y desde allí emergían los instrumentos y las voces.
El coro dominical era el gran orgullo de aquella comunidad.
Sin duda que la mayor cantidad de feligreses se hacían presentes el día llamado de "los ramos", que es el domingo que precede los ritos de la semana santa y donde cientos de personas se agolpaban  con pequeños ramos  de olivo entrelazados con palmas.
Era la celebración que más cautivaba el espíritu de Andrés. De muy niño su madre le habló de este día domingo y le enseñó la melodía que él siempre quiso interpretar:
Misericordia Dios mío por tu bondad,
por tu inmensa compasión , borra mi culpa,
lava del todo mi delito, limpia mi pecado
pues yo reconozco mi culpa...
Este salmo lo memorizó, lo aprendió en su guitarra y sin duda era la oración íntima que le conectaba con Dios y que con mayor frecuencia brotaba de su pecho.
Tenía una especial significación, puesto que a través de este canto pudo establecer el vínculo que le permitió integrar la asamblea de los jóvenes de la Iglesia.
La festividad del domingo de ramos que se aproximaba, le encontró como cada año, con una ansiedad por participar junto al coro en la gran asamblea que iniciaba la conmemoración de Semana Santa.

Esa mañana, junto a las columnas del templo, Andrés integraba el coro dominical sentado en el rincón posterior. Se sentía muy débil y su palidez era mucho más intensa, sentía que su pecho estaba compungido y un temblor recorría su cuerpo, solía ocurrir, pero pronto estaría todo bien.
Una gran asamblea repletaba el templo y los instrumentos y las voces cantaban:
Santo, santo, santo.
Los cielos y la tierra están llenos de ti
Hosanna, hosanna.
Pero algo ocurrió.
Andrés luego de una repentina convulsión, se desplomó de su silla, su piel fría y una violenta detención de su ritmo cardíaco provocaron la detención de su respiración y la melodía se ahogó en su pecho. Quedó tendido sobre el piso.
Su mano rígida y pálida apretó el instrumento y sus ojos quedaron fijos en algún punto de las paredes.
La brisa de la mañana, trasportó el perfume de las hierbas hacia el interior del templo y la asamblea de los fieles, al son de los instrumentos aún entonaba:
Bendito el que viene en el nombre del Señor,
Hosanna en lo alto del cielo.
Una leve sonrisa apareció en el delgado rostro del joven, sus compañeros nerviosa y discretamente retiraron su cuerpo tras el resto de los integrantes del coro, lo deslizaron y le pusieron en uno de los sillones laterales que se encontraba cerca de la sacristía. En ese lugar los fieles no se habían acercado, y en realidad nadie a excepción de sus amigos del coro, se enteraron de lo que ocurría.
El eco del templo multiplicaba el coro y los instrumentos:
Amar como tu amas, sentir como tú sientes
mirar a través de tus ojos, Jesús. Estoy aquí
¿Qué quieres de mí?

Desde aquel lugar del templo, Andrés vio como las paredes grises se transformaron en marfil transparente y el encielado recibió los fulgores multicolores. El brillo de las columnas de madera se transformó en metal precioso y el perfume húmedo del otoño, dio paso a los aromas y bálsamos del oriente y occidente en una conjunción de magníficos olores. Desde un punto del espacio llegó el aroma del nardo índico , se desplegaron las brisas doradas y el cielo se abrió.
Las nubes se transformaron como la tormenta con la fuerza del sol, pero no eran las nubes , ni era el sol, era más bien la plenitud del color y de la vida que dejó asomar los esplendores de una alba eterna, límpida y fragante.
Y a una comenzaron a vibrar todos los instrumentos, que eran cientos de miles que endulzaban la brisa con la más sublime y colosal melodía. La música llenaba el firmamento dorado, como no lo harían al unísono, los trinos de las diez mil especies de aves emigrando por el cielo y como tal vez lo soñó el compositor más virtuoso del planeta.
Y a los cientos de miles de instrumentos, a los violines, a las cítaras, a las arpas, a los violoncelos, a los laúdes y trombones, se unieron las miles de voces en perfecta armonía y con los cientos de matices y registros que no se encontraron en la polifonía de los coros más virtuosos.
Esta era la plenitud de la música  que no podrían contener los pentagramas de todas las generaciones y que se transportaba en una atmósfera celeste indescriptible, produciendo notas desde los cuatro puntos. El concierto de mayor musicalidad del hombre, se escucharía como un pequeño acorde en el majestuoso concierto de la eternidad, donde cada nota parecía cubrir el universo pero al mismo tiempo sonaba a los oídos como una intimidad de exclusiva reserva.
Las melodías invadían un espacio tornasol, las notas eran nítidas y podía reconocerse cada instrumento, cada timbal, cada salterio, cada fagot, cada oboe, cada pandero, cada rabel cada címbalo; pero al mismo tiempo su conjunto era perfecto. Algo así como una brisa musical elevándose más allá de la percepción del oído del hombre.

Andrés se encontró maravillado en medio de la música, envuelto por el color y el perfume que inundaba el colosal escenario, era una diversidad de fragancias que parecían el aromata, pues la conjunción del jazmín y el ámbar se mezclaban con las esencias de sándalo o guayanas o tal vez todas las especies de los mercaderes de Saba y Reema.
Trasportado en un suave suspiro, recorrió los cantos angélicos, similares a los gregorianos de donde emergían los tenores y los barítonos.
Caminó como la música, entre las notas agudas de los sopranos y contraltos en el espectáculo colosal de cientos de miles de instrumentos, clarinetes y fagot, flautas y liras, salterios y arpas.
Sin embargo, un impulso incontenible y poderoso le hizo dirigirse al lugar donde estaban los violines, allí cientos de maestros vestidos de blanco ejecutaban con tal maestría las piezas melódicas en el concierto celestial.
Y descubrió que los maestros eran incontables y que el sonido de cada violín era único.
El impulso le detuvo frente a uno de los violines y observó al maestro a quien sonrió.
El concierto celestial cesó por unos segundos y se hizo un gran silencio. El silencio también era la música.
Los maestros quedaron impávidos.
Andrés descubrió el corazón de toda la música y la secuencia de todos los compases, todo era luz y paz, todo simplicidad y equilibrio.
Tomó pues el violín , extrajo una pequeña nota y corrigió su afinación. Los maestros observaron y esperaron la orden para reanudar el concierto.
Eran miles de violines.
Dios le concedió en el reino eterno el oído más sensible que puede tener el más virtuoso ser del universo. Le otorgó el dominio sobre la música de los ángeles y de los arcángeles y le asignó el lugar frente a los coros de los serafines que cantan sin cesar por toda la eternidad.

En el templo, el coro dominical cantaba y la asamblea participaba de la comunión del pan.



HOMBRECITO


Nancy no podía dormir. Era una noche del invierno y aún cuando todo era oscuridad, la tarde recién había caído.
Jugó en la cama hablando y acariciando su muñeca rubia. Sus hermanas , agotadas por el intenso juego de ese día, rendidas por el sueño, prontamente se durmieron.
Más allá, en la cocina, como es normal que hagan los padres, papá y mamá convesaban despreocupadamente sobre el invierno y el clima del mes de junio.
Nancy estaba cansada así que luego de varios intentos por quedar cómoda junto a su muñeca, finalmente se puso boca abajo y se inclinó tanto , que su cabeza quedó colgando por lo que podía mirar bajo la cama.
Fue entonces cuando lo vió por primera vez. Ahí, bajo la cama de madera , estaba el diminuto ser.
-Es un hombrecito-pensó. Y se alegró mucho con ello.
El pequeñísimo ser irradiaba una luminosidad que mantenía la claridad bajo la cama, parecía estar trabajando en algo muy importante, pues iba y venía en un movimiento constante.
Nancy no podía precisar que es lo que realmente hacía.
En todo caso, le pareció de una increíble ternura. Los seres más pequeños, siempre son atractivos para los niños. Se veía bastante concentrado en este ir y venir. Nancy avivó sus ojos que ya casi se cerraban y percibía que aquel hombrecito de pronto la miraba un tanto malhumorado. Finalmente mirando la luminosidad bajo su lecho se quedó dormida.
-¡Qué niñita!- exclamó su madre cuando la encontró dormida de ese modo. Y suavemente la acomodó en su cama.

Nancy despertó al día siguiente más tarde que lo usual, en silencio bajó de su cama y buscó por todos los rincones. Levantó la ropa y se deslizó por el piso , pero no había nada.
-Tal vez, ya se fue- Es lo que pensó. El día era muy intenso y no había tiempo para buscar hombrecitos tan pequeños.


Al anochecer , entonó una canción de cuna para su muñeca, hizo unas oraciones junto a ella , escuchó las voces y las risas de sus hermanas y junto a sus otros juguetes intentó dormir.
Recordó al hombrecito de la noche anterior.
Entonces bajó de su cama y tendida bajo el suelo le cautivó una vez más la escena que contemplaba: Una extraña luminosidad envolvente dejaba ver la imagen de un hombrecito que iba y venía en un trabajo interminable, parecía muy ocupado, como quien lleva cosas de un lugar a otro, dejándo ver en su semblante un tono de malestar y disgusto. Se trataba de un hombrecito muy malhumorado.
Ella permaneció en el piso, olvidó sus juguetes, olvidó a sus hermanas, a sus padres en la otra habitación, y se extasió mirando el trabajo de la diminuta figura bajo la cama. El cansancio del día le hizo dormir sobre el piso helado.
Así permanecía cuando su hermana la encontró. Dormía y sonreia profundamente.
Al fin y al cabo ver el movimiento de aquel hombrecito, era la mejor manera de dormir a una niña.


La misma escena se repitió a la noche siguiente y a la subsiguiente. Y por varias noches, la niña se encontró dormida bajó la cama con la cabeza hacia abajo.
-Algo le ocurre a esta niñita- Pensó su madre.

Sin embargo la situación empeoraría aún mucho más.
Nancy comenzó a despertar en la mitad de la noche, se bajaba somnolienta de su cama y se deslizaba bajo el piso frío: La luz bajo el lecho no sólo iluminaba y envolvía el interminable trabajo de aquel ser diminuto , sino que además producía el calor para que la niña durmiera plácidamente.
Muchas veces sus hermanas escucharon un murmullo en medio de la noche, pero ocurre que las noches de invierno vienen aparejadas con la monotonía del lluvia sobre los tejados, sonido incesante que adormece hasta los recuerdos.
La preocupación de la madre aumentó. Sin embargo permaneció en silencio. Algo le ocurría a su pequeña nancy, la menor de sus tres adoradas hijas.
Decidió que lo mejor sería revisar la habitación y cambiar la posición de lo que contenía aquel cuarto pequeño. Las piezas de las niñitas van acumulando juguetes, revistas, lápices, ropa y todo tipo de pequeños detalles.
Cambió la cama, revisó y limpió cada rincón y secretamente quiso buscar la causa del extraño insomio de su hija.
Finalmente pensó- Tal vez lo que necesita es  un médico-
Es lo que la gente adulta siempre supone de los niños.


Un sábado por la noche, luego de abandonar el comedor, Nancy se recostó bajo el piso de su cama, cruzó sus manos bajo el mentón y observó una escena bellísima:
El lecho se había iluminado desde un rincón y la luz magnética lo inundaba todo, una cálida brisa envolvía a la niña y muy muy lejos se podía percibir a interválos las voces de sus hermanas.
No era uno ni dos, eran muchos hombrecitos, tan pequeños como sus dedos, aparecían de todas direcciones , corrían y saltaban llamándola constantemente con sus manos, Nancy de pronto escuchó melodías que venían desde el rincón de su cuarto, la música era algo así como las hermosas rondas de la infancia , aquellas que todo niño ha entonado y que eran ejecutadas magicamente por instrumentos diminutos. Esta música le atrajo aún más cerca ,en una quietud sin límites donde se encuentra el embrujo del tiempo y del espacio. Y junto a tantos amigos viajó a ese mundo de miniaturas dondé cantó, corrió y danzó como la más feliz de la criaturas.
No había caramelos ni juguetes en el mundo comparable con este instante de feliz infancia.
Con el letargo de la dulzura, en la escena más tierna para las almas sensibles, extasiada y rendida, el sueño la envolvió y durmió languidamente.
Afuera el invierno dejaba caer sus penas, el monótono y constante ruido de la lluvia cubría la aldea y un arco iris luminoso le hizo soñar con los colores.
Era cerca de la medianoche cuando terminó la velada familiar.
Un mezcla de temor y espanto se apoderó de todos cuando descubrieron a Nancy bajo la cama, percatándose  que a pesar del frío de la noche, la habitación estaba agradablemente temperada y que su cuerpo relajado tenía el color rosa de la primavera.
La retiraron lenta y cuidadosamente, como se transporta la porcelana, y la depositaron en la habitación de los padres. Sus hermanas sollozaron, pero Nancy sonrió levemente y entrabriendo sus labios y sus párpados sólo musitó : hasta mañana.


La pequeña, comenzó a buscar siempre a sus amigos. No sólo al caer la noche, más bien en todos los momentos, en la mañana, al mediodía, por la tarde.
Ya sabía su madre que si no la encontraba deambulando por la casa construyendo palacios y castillos, inevitablemente estaría bajo su cama. Ese era el imán de su pasos.
-Ellos me llaman -decía-los hombrecitos siempre me están buscando.
Es lo mismo que repitió cuando visitaron al médico y cuando vino el sacerdote luego de la Misa del domingo.
-Es que son mis amigos, son muy entrenidos y trabajan mucho.


Pasaron los días y los meses.
Nancy compartió con su madre el maravilloso secreto. No había ninguna duda que bajo la cama estarían siempre sus diminutos amigos, los hombrecitos que le llamaban alegremente y jugaban a desaparecer en cada momento
Y allí estaba el primero de todos, aquel ser de mal humor que la parecer no le gustaba que interrumpieran su eterno trabajo. Ir y venir ir y venir.
Las madres siempre comprenden todo, es la facultad de las madres
Por tanto su madre continuó alzandola cada noche , acariciando sus mejillas para depositarla en su cama y velar su inocente sueño.
Las hermanas indiferentes a las fantasías de una niña chica, terminarían por acostumbrarse a esta situación
El invierno se fue alejando y una vez más la tierra se cubría de aromas y de perfumes. El sol penetró por entre los arbustos en la búsqueda de los pequeñísimos seres de la tierra.
LLegaba la primavera , pero aún con todo su esplendor los días continuaron siendo breves para los niños de la tierra.


Una noche, Nancy ya agotada de sus juegos, intentó encontrar a sus amigos como cada noche, pero ellos ya no estaban ahí.
Les llamó suavemente pero ellos no respondieron, les esperó pero ellos no llegaron.
Cuando su madre vino a su cuarto para repetir el ritual de cada medianoche, encontró a su hija dormida dulcemente junto a su muñeca. Suspiró y sonrió. 
Aquella noche todos durmieron en la placidez del sueño. Del mismo modo ocurrió la noche siguiente y también la subsiguiente.
Un día cualquiera Nancy ya no miró a sus amigos, ni los buscó.
Fue lo más natural que ellos se hubieran marchado, tal vez en busca de otro amigo pequeño.